Son las 8 de la
mañana y estamos apretujados en el ascensor contemplando como lentamente van
cambiando los números con desesperante lentitud. Hoy es San Valentín, pero
lejos de presentarse como un día festivo, preveo que va a ser una agónica jornada.
No es que no
tenga novio, que sí lo tengo, es Marc, ¿os acordáis de él? Sí, mi admirador
secreto, mi amigo, mi compañero de trabajo. Hoy hace dos años que empezamos a
salir, así que en esta fecha tan señalada nosotros celebramos nuestro “San
Valensario”. Bueno, eso es un decir, porque por segundo año consecutivo lo han
enviado lejos por unos días. Así que de nuevo, este va a ser un San Valentín de
pena.
Y mis
compañeros ya están tardando en mofarse de los pobres que no tenemos pareja. Porque
Marc y yo decidimos mantener nuestro amor en secreto y lejos de los idiotas de
la oficina.
-Vaya, Cleo –me
dice Deidre-. Te veo muy bien aunque vayas a pasar otro San Valentín sola.
-Gracias, Dee –sé
que le molesta que la llame así-. Que buena eres preocupándote siempre por mí.
Pero de verdad, no lo hagas, que te salen nuevas arrugas que puedo apreciar
desde aquí.
-No temas,
preciosa –este es Jorge, “el baboso”-. Yo estoy aquí para aliviar tu necesidad.
-Que suerte la
mía –digo asqueada-. Ya le preguntaré que le parece tu oferta a tu mujer.
-Siempre me
dice que no hacemos cosas nuevas, seguro que estará interesada en un trío –dice
Jorge, lanzándome una mirada lasciva.
Inés, mi
secretaria y amiga cómplice, que está encajonada entre él y yo, lo pisa con
saña con su tacón de 10 centímetros.
-Ay! –se queja
Jorge.
-Perdona,
Jorge. ¡Qué torpe soy!
Cerca, Carlos
el contable, contempla lo sucedido con una sonrisa cínica en la boca.
Al fin llegamos
a nuestro destino y el ascensor se vacía como si lo ocupara una mofeta.
Inés y yo no
conseguimos llegar a mi despacho sin que Marta nos intercepte. Marta es la
secretaria de Deidre y su principal secuaz.
-Anda mira las “singles”
–dice con retintín malintencionado.
-¿Qué quieres,
Marta? –digo con hastío.
-Alegrarte el
día, por supuesto. Mira.
Nos pasa por la
cara su mano que luce un garbanzo descaradamente brillante.
-Es regalo de
mi novio. Oh, vaya, perdón. Que desconsiderado por mi parte, vosotras dos
seguís ahuyentando a los hombre.
-Déjame ver eso
–la corta Inés, agarra esa mano ostentosa y pega un ojo a la joya-. Vaya, vaya –dice
con voz meliflua.
-¡Es
extraordinario! –dice Marta-. Seguro que lo querrías para ti. Pero Cleo, no
desesperes seguro que algún día conseguirás cazar a algún infeliz que te regale
un anillo. No será algo tan maravilloso como éste, pero es que para todo hay
clases.
-En realidad,
no quería ser yo quien te dijera esto –miente Inés-, pero…
-¿Pero qué?
¿Qué tendrás que objetar tú a mi anillo?
-Pues que no es
un diamante. Es una piedra sintética, tallada exquisitamente, pero sintética.
Como mucho es un Swronsky. Pero no es un diamante.
-¡Será hijo de
perra! –grita Marta iracunda mientras se aleja de nosotras y se arranca el
anillo de la mano.
-¿Desde cuándo
eres tú una experta en diamantes? –le pregunto a Inés.
-Desde nunca,
sólo lo he dicho para fastidiarla. Me revienta que se comporte como una bruja.
-Pero es así
siempre.
-Por eso,
siempre la fastidio.
-Eres un caso.
-Sí, la mejor –dice
Inés alardeando.
Cuando regreso
de una entrevista con el jefe de personal, hay un gran alboroto en la oficina, la gente anda corriendo
despavorida como si Godzilla andara suelto. Hay sillas tiradas por el sueño,
escritorios desordenados y Ofelia, la becaria permanece desmayada en el suelo.
Inés y Carlos
contemplan la escena con calma.
-¿Sabes algo
del mocetón? –me pregunta Inés como si el Apocalipsis no se estuviera desarrollando
delante de nosotros.
-No, nada. ¿Se
puede saber qué está ocurriendo aquí? –pregunto justo cuando Deidre pasa por
delante de nosotros gritando con las manos en la cabeza.
-Dee ha
recibido un regalo de San Valentín de su marido –dice Carlos-. Después de
alardear 10 minutos sobre lo maravilloso que es, lo detallista, lo viril y
alguna cosa más que me niego a repetir, para que mi hombría no se resienta. Lo
ha abierto con gran pompa – hay que darle crédito al chico pues apenas ha
lanzado un par de miradas al escote de Inés, por el que asoma un sujetados de
encaje rojo.
-¿Y era el Evola?
–pregunto.
-No, una
ardilla –me aclara Inés.
Inés y Carlos
se miran sonriendo y chocan los 5.
“Estos dos son
un peligro”, pienso.
-Total, que Dee
ese ha puesto a gritar como una loca, la ardilla ha saltado sobre ella asustada
y luego se ha dado a la fuga –aclara Carlos.
-La oficina
está así desde entonces –dice Inés.
-Por una
ardilla –digo alucinada-. Lo entendería por un escorpión, pero tanto lío por
una dulce ardilla, me parece excesivo.
-¿Y vosotros
que hacéis ahí parados? –nos amonesta el jefe, el mismo villano que ha mandado
a Marc lejos.
-Lo lamento, a
mí una ardilla no me asusta –le digo al jefe.
-Yo por una
rana sí gritaría –dice Inés-, son asquerosas.
-Por menos de
un murciélago yo no sudo –dice Carlos.
-Dejad las
coñas y atrapad a ese bicho –nos ruge el jefe.
-Yo tengo una
ballesta en el coche –dice Jorge.
No oso
preguntar por qué tiene Jorge “el baboso” una ballesta.
-No seas bruto –le
dice Inés.
-Hay que
ponerle una trampa –dice Carlos.
-Yo tengo una
avellana –aporto yo.
-Yo acabaré con
esa bestia parda –alardea Jorge marchándose hacia el ascensor.
-Me da igual lo
que hagáis, pero que mi oficina vuelva a la normalidad –nos dice el jefe, mientras
sortea a Marta que corre como una gallina decapitada de un lugar a otro.
La pequeña
ardilla se para frente a nosotros, nos olisquea y desaparece en el cuarto de
material.
Carlos cierra
la puerta con calma y dice:
-Necesitamos
una caja y esa avellana de la que has hablado.
Inés y yo
corremos y traemos las cosas mientras él hace guardia en la puerta.
-Bien, el plan
es el siguiente: yo entro y coloco la caja con la avellana en el suelo. Me
quedo como una estatua, y cuando la ardilla se meta en la caja pongo la tapa.
Las dos lo
miramos con escepticismo.
-Vale, es un
plan rudimentario pero es el que tenemos –dice Carlos.
-Entonces,
adelante –le digo.
-¿No me vas a
dar un beso para que me de suerte? –le pregunta a Inés.
-Si fuera un
murciélago me lo pensaría –le contesta Inés-. Venga a por ella.
Y sin más preámbulos
lo encierra en el cuarto con la ardilla.
Pese a que el
pequeño animal ya no está correteando por la oficina, la gente sigue gritando
histérica.
-Últimamente a
ti y a Carlos se os ve mucho juntos.
-Por favor,
Cleo. Es contable.
-¿Y qué tiene
eso de malo?
-Pues que son
tipos muy aburridos y tacaños.
-Y éste además
tiene sentido del humor, se implica, es todo un mocetón y está interesado en ti.
-Eso es lo que
dicen todos, pero en cuanto consiguen lo que quieren desaparecen. Estoy Harta.
-Supongo que no
estás hablando de Erick, el motero. El mismo que se fue a ser uno con el
asfalto y del que no sabes nada desde hace un mes.
-No, no es de
él. Y seguro que acaba llamando.
-Sí, seguro.
-Bueno, no
todos los hombres son tan considerados y atentos como el tuyo.
-En eso tienes
razón. Marc es único –digo con un suspiro.
Después de unos
minutos más de charla intrascendente Carlos sale del cuarto con la caja bajo el
brazo.
-¡Misión
cumplida! ¿Ahora sí me darás ese beso? Me lo he ganado.
-Si hubieras
cazado un anfibio, sí te lo habrías ganado –dice Inés alejándose hacia su mesa.
-La estoy
ablandando –me dice Carlos.
-Eh… -es cuanto
consigo decir antes de que él desaparezca hacia el despacho del jefe.
Con todo este
lío se me ha hecho tarde para mi siguiente cita, así que tengo que apresurarme
a dejar la oficina.
Regreso agotada
y frustrada con el resultado de la reunión y me encuentro con otro alboroto en
la oficina. Y como no Inés y Carlos están hombro con hombro contemplando el
espectáculo.
-¿Qué ocurre
esta vez? –pregunto.
-El jefe ha
averiguado, a través de la empresa de mensajería, cual es la tienda de animales
de la que procedía la ardilla. Y éstos le han dado el nombre de Jorge. El jefe
le está pegando la bronca mientras él gimotea que no ha sido.
-Pero el memo
ha usado su tarjeta de crédito –los dos se miran cómplicemente-. Así que el
jefe no se lo cree y lo está amenazando con despedirle y “el babosa” ha
empezado a lloriquear, patético.
-Y Dee ha
intentado tirársele al cuello y arrancarle la tráquea. Así que Alex ha tenido
que reducirla con un placaje muy vistoso y la tiene encerrada en un despacho.
-Yo siempre me
pierdo la mejor parte –me quejo-. ¿Y la ardilla?
-He conseguido
que la indulten, la tengo en mi mesa –dice Carlos.
El jefe sigue
gritándole a Jorge, que no es más que una trágica masa sollozante.
-Ardi, ardiem,
ardidum –dice Carlos.
-Ardie –contesta
Inés.
-¿Vosotros qué
sois, el escuadrón ardillil? Un momento. Habéis sido vosotros.
-No, no, no,
no, no, no, no, no –dice Inés.
-Eso es un sí –digo
impertérrita-. Pero lo importante es, ¿cómo habéis conseguido eso de la tarjeta
de crédito?
-No siempre he
sido un buen chico –dice Carlos pasando una moneda de un dedo a otro, con una
práctica impresionante y una sonrisa maléfica en el rostro.
Yo me parto de
la risa mientras Inés lo observa con una mirada especulativa.
Parece que no
va a ser tan mal día después de todo.
A media tarde
Inés entra en mi despacho toda emocionada.
-Ha llegado
este paquete para ti –dice levantando dos veces las cejas.
-Déjalo ahí,
luego lo abro.
-Venga, sabes
que acabaré enterándome igual –dice Inés.
-Luego te lo
cuento, palabra.
Inés sale del
despacho con su habitual energía.
No espero ni un
minuto en despedazar el paquete y descubrir lo que hay en su interior.
Es de Marc, el
adorable, infalible y maravilloso Marc. Un suspiro se me escapa, estoy loca y
perdidamente enamorada de mi novio. Que trágico destino el mío, pienso
regocijándome de mi suerte.
Al fin ha
llegado el momento de dar por terminado el día e Inés y yo estamos encaminándonos
al ascensor.
-¡Hey! Mis dos
chicas favoritas –dice Carlos que se acerca con la caja de la ardilla bajo el
brazo.
-¿Ha ocurrido
algún estrago más del que no he haya enterado? –le pregunto.
-Todo tranquilo
y a salvo –dice Carlos con sorna.
-Me alegro.
Muchos días como este y acabamos en el manicomio.
Inés y Carlos
se miran riéndose.
-Voy a soltar a
nuestra intrépida amiguita en el parque. Se merece vivir libre y feliz –dice Carlos-.
¿Me acompañas?
-Puede estar
bien –dice Inés.
-Y luego puedes
hacerme compañía mientras ceno. No tengo novia y el día de San Valentín es muy
triste para los tipos como yo. Incluso puedes comer algo tú también, si tienes
hambre y ya que me estarías haciendo un favor, si me lo permites, yo pago la
comida.
-Podría tolerar
algo así –dice Inés-. Cleo, ¿te vienes?
-No, yo tengo…
cosas que hacer –digo.
Seguro que Marc
llama y nos pasamos horas hablando.
-Como quieras –dice
Inés.
Apelotonados en
el ascensor como al principio del día, observo a los demás. Jorge con la cara
contraída permanece en un ominoso silencio tan atípico en él. Marta mantiene la
mano en el bolsillo del abrigo para que no veamos la ausencia del anillo y su
mirada furiosa vaticina que el prometido va a tener un “San Valentín Sangriento”.
Y Deidre, cuyo peinado de lujo se ha convertido hace horas en el cabello de la
Medusa, perece estar masticando piedras.
Que divertido
resulta ver a “la pandilla infame” morder el polvo.
¡¡FELIZ SAN
VALENTÍN A TODOS!!