lunes, 17 de diciembre de 2012

CUENTO DE NAVIDAD (1ª Parte)


Modernización del “Cuento de Navidad” de Charles Dickens de 1843


24 de diciembre, Madrid.
El señor Croonch estaba de más mal humor que de costumbre. Desde el restaurante hasta su despacho, del que distaban sólo tres calles, había sido asaltado por mendigos, Santa Claus, músicos callejeros, asociaciones pidiendo para los niños, los diminuidos psíquicos, los lisiados y los huérfanos. ¡Asaltacalles todos!
La caridad sólo fomentaba la mendicidad y la vagancia. Que estudiaran y trabajaran para ganarse la vida en lugar de molestar a los honestos contribuyentes.
Se encerró en su despachó desde hacía tres meses, heredado del anterior Ministro de Economía, Ricardo de Rodrigo, que murió de un infarto mientras impartía la catequesis a una joven de moral entretenida. Que menudo momento para cargar con el ministerio de economía, embarcados en una profunda crisis mundial, el ministerio más deseado era el de Medio Ambiente, que nadie se preocupaba de la contaminación cuando estaba tomando la ciudad por asalto.
-Está aquí su sobrino –dijo la secretaria por el interfono.
-Dígale que no estoy.
Antes de que terminara de hablar, el guapo y atlético sobrino suyo, llamado Borja, entró con sus característicos andares de estrella de cine.
-Feliz Navidad, tío Evaristo.
-¿A qué has venido?
-A invitarte a la cena de esta noche y la comida de mañana. Como cada año.
-¿Y por qué no lo has hecho por correo como cada año?
-Vamos, tío. Es Navidad, una época de felicidad y generosidad.
-¡Paparruchas!
-Nosotros queremos compartir contigo estas fechas. Nos lo pasaremos en grande, comeremos, reiremos, cantaremos, celebraremos lo afortunados que somos. No entiendo qué puedes tener en contra.
-Sólo es una excusa para no trabajar y para conseguir dinero con falsos pretextos.
-No puedo creer que digas eso. La Navidad simboliza todo lo contrario. Es la mejor época del año. Mamá ya me dijo que era inútil hablar contigo. Me marcho.
-Con viento fresco.
-Aún así, te deseo Feliz Navidad, tío Evaristo –dijo Borja saliendo por la puerta.
-Señor Croonch, aquí tiene el informe de la comisión de aranceles. Yo voy a marcharme, ¿necesita algo más?
Ésta era María, su secretaria, también heredada del anterior ministro. Bajita, regordeta y muy eficiente. Aunque él las prefería altas, rubias y pechugonas, no la podía echar pues tenía un hijo tullido y eso lo convertiría en un ogro a los ojos de esos periodicuchos sensacionalistas. Y como bien le había dicho el rey el día que juró su cargo: “No metas la pata, Croonch.” Así que tenía que aguantarse y claudicar.
-¿Tan temprano? –protestó Croonch.
-Sí, señor. Es nochebuena.
-Buena excusa e imagino que mañana pretende hacer fiesta.
-Sí, sí. Pretendo celebrar la natividad del Señor como el calendario laboral así lo estipula.
-No veo como la gente pretende que el país salga de la crisis. Vaya, vaya –dijo haciendo con la mano un gesto de despedida.

Un par de horas después el ministro entraba en su mansión. Le recibió la soledad y el silencio. El servicio también se empeñaba en celebrar las fiestas con sus familias.
Después de cenar y repasar los informes sobre el incremento de las pensiones para el ejercicio del 2013 que se estimaba en un 2,45%, Evaristo Croonch se enfundó en su pijama de seda, se arrebujó en su cama gigante y se dispuso a disfrutar de la Nochebuena.
Estaba profundamente dormido cuando un tintineo lo despertó.
Soltó un grito agudo cuando vio abalanzado sobre él un cuerpo iridiscente, medio descompuesto por la muerte del que caían billetes de 500 euros y monedas de dos euros, que al dar contra el suelo tintineaban y se desvanecían.
-Siempre supe que eras una nenaza –dijo el tipo alejándose unos pasos.
Sintiendo que estaba al borde de una angina de pecho, Croonch observó con más detenimiento al intruso. Podía ver a través de su cuerpo y no dejaba de caer dinero de sus mangas y bolsillos. Sus facciones le resultaban familiares.
-¡Eres Ricardo de Rodrigo!
-El mismo –dijo éste poniendo pose de conquistador español-. ¿Me tienes tanto miedo que ni eres capaz de mirarme?
-¿Podrías subirte la bragueta? –dijo Croonch tapándose los ojos con la mano.
El fantasma miró hacia abajo.
-Oh, vaya. Esto de la muerte a veces es una faena –dijo subiéndose la cremallera-. Ya puedes mirar, que no te voy a comer.
-¿Qué haces aquí? –dijo Croonch temblando todavía.
-He venido a advertirte.
-Me doy por advertido, ya puedes irte.
-¡Silencio, cretino! –rugió de Rodrigo abalanzándose sobre él-. Si no quieres acabar como yo, prestarás atención a mis palabras.
-Sí, lo que tú digas –dijo con voz temblorosa Croonch.
De Rodrigo se sentó parsimoniosamente en un sofá orejero, mientras seguían cayendo dinero de él.
-Lo que más hecho de menos son las pequeñas cosas, un buen puro, una copa de whisky al terminar el día, una hermosa mujer… pero no estoy aquí para eso. He venido a comunicarte que esta noche recibirás la visita de tres espíritus.
-¿Tres? ¿Por qué no uno?
-¡Cállate! Sigues tan lerdo como siempre. ¡Serán tres y chitón! Ellos te llevarán de viaje, puedes resistirte pero eso sólo lo hará más doloroso.
-¿Dónde me llevarán?
-Ellos te informarán.
-¿Te han mandado a ti porque eres una alma condenada?
-Nah. Necesitaban un espíritu para venir a atormentarte y me presenté voluntario –terminó con una cruel carcajada que heló los huesos a Croonch-. Lo dicho, no huyas, Croonch, que será peor.
Y con eso Ricardo de Rodrigo se desvaneció dejando tras de sí un rastro de monedas tintineantes.
-Voy a despedir a Eulogia. ¿Qué habrá puesto en la comida?
Descartando la aparición como los efectos nocivos de la alimentación se dio media vuelta y se echó a roncar.
Un estremecimiento de frío lo despertó, se incorporó para agarrar el cobertor que se había caído y se encontró mirando la cara de un niño de resplandeciente color azul.
-Aaaaaah –gritó Croonch.
-¿Nadie te ha dicho que gritas como una niña?
-Eso no es verdad –dijo ofendido-. ¿Y tú quién eres?
-Soy Ilusión, el espíritu de las Navidades Pasadas y he venido a mostrarte lo que fue.
-Pero eres un niño, no voy a ir a ninguna parte contigo.
-¿Preferirías que fuera una hidra? –preguntó Ilusión tendiendo su mano.
-No, gracias.
Ilusión lo agarró de malos modos por el cuello y los lanzó a un torbellino que los alzó a través del tejado a una espiral de viento circular.
Croonch sólo podía pensar que iba a perder sus pantalones y que no le apetecía en absoluto llegar a donde fuera enseñando sus vergüenzas.
Cuando el viento cesó se halló arrodillado en la nieve con el estómago revuelto y los pantalones en su sitio.
¡Gracias a Dios!
-¿Reconoces a ese niño sentado en ese patio trasero, enfuruñado, con un cachorro saltando y ladrando a su alrededor?
-Soy yo –dijo Croonch sin aliento-. Y ese es Scooby, tengo gratos recuerdos de ese perro.
-Puede que no todo esté perdido para ti –dijo Ilusión.
-Yo quería un avión teledirigido y me regalaron ese estúpido perro. Tenía que cuidarlo, darle de comer y sacar a pasear. Decían que eso me haría responsable. Se lo vendí a Héctor Villalba por mil pesetas. Ellas fueron el inicio de una carrera ascendente.
Ilusión lo miró desencajado.
Una niña pequeña salió corriendo de la casa.
-Risto, Risto –voceaba mientras sus trenzas se agitaban en el aire.
-Esa es mi hermana Elena –dijo Croonch con nostalgia.
Agitaba en la mano un peluche cuando se cayó de cara en la nieve.
El joven Croonch se levantó y se acercó a ella.
-Elena, eres torpe. No deberías correr.
Y sin más siguió su camino hacia la casa, dejando a su hermana tirada en la nieve.
-Eras un figura –dijo Ilusión.
Agarró a Croonch del codo con fuerza desmesurada mientras un torbellino  surgió bajo sus pies y los levantó hacia el firmamento en una espiral desbocada. Cuando volvieron a tener los pies en el suelo, Croonch estaba al borde del desmayo. Se hallaban en la oficina que se usaba como sede de campaña en la que participó como voluntario hacía tantos años, pero lo único que lo mantuvo en pie fue tener en frente la imagen de Cristina, su único amor, allí delante de él, gritándole:
-¿Te avergüenzas de mí?
-Yo no he dicho eso, lo has entendido mal –dijo un Croonch de veinte años vestido con pantalón de pinzas, camisa y jersey anudado al cuello-. Sólo digo que deberías cuidar más tu aspecto. Hacerte un buen corte de pelo, vestir más elegantemente, una manicura no te haría ningún daño y ya que estamos podrías pensar en hacerte algún retoque, tal vez un par de implantes… Al fin al cabo tu imagen repercute en mi reputación y ésta es muy importante para mi carrera política.
-¡Eres un idiota!
-¿Por qué? ¿Por pretender mejorar tu apariencia? ¿Por aspirar a algo más que ser un simple tendero?
-No eres el hombre del que me enamoré. En realidad no sé quien eres.
-Vamos Cristina, desde el principio te dije que quería llegar lejos, no tiene nada de malo ser ambicioso.
-Sí lo tiene cuando es a costa de lo más importante.
-Yo no voy a sacrificar mi futuro y necesito a mi lado una mujer que esté dispuesta a estar a mi lado.
-Pues parece que yo no voy a ser esa mujer –dijo Cristina saliendo dando un portazo.
-Yo no lo recordaba así –dijo Croonch.
-Yo sólo muestro lo que fue –dijo Ilusión-. Como lo recuerdas tú, no es relevante.
Observaron como el joven Croonch se mesaba el cabello y mascullaba:
-Muy bien, si eso es lo que quieres, seguiré sin ti, no te necesito para nada, en realidad no necesito a nadie.
-¿No fuiste tras ella? –preguntó Ilusión.
-Por supuesto que no.
-¿Acaso no la amabas?
-Sí, pero ella quería cambiarme.
Ilusión levantó un ceja pero no añadió nada más, tan solo le cogió de la muñeca e invocó el tornado que les llevó a un nuevo destino.
Esa vez era la cocina de un piso modesto aunque alegremente decorado con muchos adornos navideños.
-Yo le conozco, es Marcos Hidalgo. Estudiamos juntos, a los veintiuno heredó una pequeña fábrica de su abuelo y en pocos años la convirtió en una de las empresas más prosperas del país –dijo Croonch con envidia en la voz.
-La situación es realmente mala –dijo Marcos a su abuela-, en unos meses me veré obligado a declarar la fábrica en banca rota si no encuentro una solución pronto.  La venta de la casa apenas llegará para pagar a los trabajadores la liquidación. La situación es insostenible y no hay forma de reflotar el negocio. Siento que le he fallado al abuelo.
-Tu abuelo estaría orgulloso de  ti, lo mismo que yo. Todo saldrá bien. Yo siempre estaré a tu lado para lo que necesites –dijo la abuela.
-Gracias, pero espero no tener que llegar a eso.                        
-Ahora vamos ahí fuera y hagamos que los chicos pasen una buena Navidad.
-¿Qué ha ocurrido? –dijo Croonch.
-La crisis le ha llevado al borde de la quiebra pese a todos sus esfuerzos, seguramente perderá la fábrica –dijo Ilusión siguiendo a los humanos al salón.
Allí encontraron a una familia reunida alrededor de una mesa charlando alegremente mientras compartían ese momento de camaradería fraternal.
-¿Cómo pueden estar tan alegres cuando están a punto de perderlo todo? –dijo extrañado Croonch.
-Hay personas que pese a la adversidad son capaces de ver lo bueno que ofrece la vida y compartirlo con los demás.
-Ilusos –dijo Croonch.
La succión del torbellino lo lanzó sobre algo bando donde rebotó un par de veces. Pese a la oscuridad fue capaz de reconocer su habitación.
Ilusión no estaba por ninguna parte.
Croonch se cubrió con el edredón hasta la nariz, temeroso de lo que podía ocurrir a continuación.

Continuará...

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