jueves, 14 de febrero de 2013

INESPERADO SAN VALENTÍN


Hay algo más triste en San Valentín que tener pareja y no poder pasar el día con ella. Pues eso es lo que me pasa este año.
¡Sorpresa! Después del último 14 de febrero en el que recibí una encantadora postal de un hombre misterioso, acabé saliendo con él. Que no era más que Marc, mi compañero de trabajo. Llevamos saliendo desde entonces y es tan maravilloso como parecía a distancia.
Pero este lunes el dictador de la oficina mandó a Marc a coordinar un proyecto de suma importancia a una de las sucursales situada a 2000 kilómetros. “Como mucho estará fuera un par de días”, dijo el tirano con una cruel sonrisilla en los labios. Pues han pasado cuatro, hoy es San Valentín y ni rastro de Marc.
No sólo voy a pasar el día sola sino que ayer me llamó para decirme que no llegaría a tiempo y le grité como una energúmena. Así que ahora además de pasar el día tristona, tendré que disculparme con él por haber perdido los papeles. ¡Que asco de día!
En la oficina se respira un ambiente que fluctúa entre la felicidad del que está emparejado y la burla hacia los menos afortunados. Está resultando un día de pena.
Cuando regreso de comer encuentro sobre mi mesa una cajita con un lazo rojo.
Miro a los lados esperando ver a Marc aparecer inesperadamente, luciendo esa encantadora sonrisa suya. Para mi decepción eso o ocurre.
En el interior de la cajita hay unas piezas de scrable. Esa es la típica cosa que se puede esperar de Marc, un acertijo. Eso me hace sonreír por primera vez en lo que llevamos de semana. Discretamente guardo la caja en mi bolso, no quiero a los cotillas de la oficina metiendo el hocico en mis asuntos.
Las horas se arrastran con lentitud mientras la jornada laboral se va agotando.
Nos abarrotamos en el ascensor en una estampida cronometrada. Parece que hoy aún hay más prisa que nunca por salir del trabajo.
-Pobrecilla –dice Deidre con retintín-. Parece que vas a pasar otro año sin novio.
-Yo estoy aquí para servir a las necesitadas –dice Jorge a mis espaldas.
-No te ofrezcas tan desinteresadamente –dice Alex con una risilla cruel-. Que luego vas a pagar por ello.
-¿Sabes, Dee? Creo que eres muy valiente, que nervios de acero tienes. Yo, si mi marido se hubiera fugado a Miami con su amigo de instituto, no lo llevaría con tanta entereza como tú.
-¡Eso no es cierto! –protesta Deidre tan ofendida que sólo consigue corroborar mi mentira.
-Vamos, vamos, estamos entre amigos no tienes nada de qué avergonzarte. Y Jorge, no hay extinción de la humanidad que pueda lograr que yo me acueste contigo. Por último, mi consejo para ti –le digo Alex-. Tu aliento ahuyentaría a una mofeta, por eso ni las mujeres más desesperadas pueden soportar ni 5 segundos tu presencia.
Los demás en el ascensor se ríen por lo bajo.
-Tú te lo pierdes –dice Jorge ofendido mientras sale del ascensor.
-No eres capaz de aceptar una crítica –dice enojado Alex, siguiendo a su colega.
-Esto no te lo voy a perdonar nunca –dice Deidre alejándose con el porte de una reina.
Pero lo que ellos no ven es que los demás del ascensor me hacen gestos de complicidad. Parece que no soy la única a la que han molestado.
Al fin a solas en mi apartamento, vacío el contenido de la cajita en la mesilla del salón. Y enfrento el reto de descifrar el mensaje de Marc.




Justo acabo de ordenar las piezas cuando suena el teléfono, ese es Marc. Quién hubiera imaginado que hasta en la distancia podría lograr que este sea el mejor San Valentín de mi vida.

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